miércoles, 22 de junio de 2022

Lo que convenga

 Dice Alejandro Dolina que la ignorancia gana a la inteligencia porque atraviesa rápidamente todo indicio sin detenerse a sopesar y llega a la conclusión . Por algo Voltaire diría que el menos común de los sentidos es el sentido común o que el ser humano se esfuerza en buscar argumentos para reforzar sus creencias. Mientras otros filósofos como Rousseau o Maquiavelo debaten entre si el hombre nace malo o la sociedad lo convierte en ello creencias ancestrales de Oriente tienen claro que el hombre actúa más por ignorancia que por maldad.

¿Pero esa ignorancia selectiva no iría ligada a la falta de sinceridad incluso con uno mismo  para encontrar los argumentos que uno necesita en cada momento? En detrimento de la verdad, claro...

¿Pero a quién le interesa la verdad.? Quién es suficientemente fuerte o suficientemente honesto para soportarla?

¿Para qué sirve la verdad si cada uno podría adecuarla a sus necesidades? Muchos libros de autoayuda promueven la felicidad al coste que sea, de nuevo a costa de la verdad...

Quizás nada tan claro como una pandemia como la que hemos vivido para sacar a flote todas las carencias y trastornos de la sociedad que hemos creado. Poco se puede decir de cómo se ha desarrollado, de cómo continuará y de cómo será recordada. Las miserias más recónditas del ser humano emergiendo  en abruptos deshechos temerarios de ignorancia, insolidaridad, egoísmo, centrados en la búsqueda de esos argumentos para reforzar sus alegatos más insensatos y estrafalarios . Cuándo la necesidad de uno mismo pone en peligro toda una sociedad y revela toda una carencia de honestidad en favor a las necesidades individuales tan sólo emerge la propia carencia de una generación perdida en cuestión de valores y que prefiere la mentira asimilable a la búsqueda de la verdad. 

Para Sócrates la el saber y la verdad era  inseparables y la verdad era virtud, entonces cuándo faltaba la verdad era por causa de la ignorancia.

Pero, ¿ A quién le interesa la verdad?

V.G


lunes, 25 de mayo de 2020

A propósito de pandemias

Si algo nos ha enseñado esta pandemia es que la colaboración hace la fuerza, que el esfuerzo individual es válido de la mano de la solidaridad y el bien común, cosas que no son un descubrimiento, que subyacen en la filosofía y en el budismo desde sus inicios y que resurgen en tiempos de crisis.
De lo mejor y lo peor del ser humano hemos tenido una muestra para el estudio en los anales de la historia. China nos ha mostrado como la cooperación en pos de un bien común ha logrado controlar un virus en sus fronteras, cerrando el foco y volcándose en la ayuda. La cultura española nos ha mostrado su disgregación y el egoísmo priorizando una absurda lucha de poder sobre la cooperación por el bien común que son las bases para la supervivencia de grupo, anteponiendo fronteras invisibles de separación y priorizando un "sálvese quién pueda" a un "vamos a una", mirando de lejos lo que ocurría en otras comunidades. Sería hora de aprender que el bien común es el camino para salvar a la especie humana de la propia autodestrucción a la que se verá abocada si no pone remedio y hace una autoreflexión para evitar que la codicia, el egoísmo, la ignorancia y los sesgos mentales acaben con una civilización que será recordada en los anales en la historia como el virus más letal.

martes, 3 de abril de 2018

miércoles, 10 de mayo de 2017

La Serenidad

Un soberano de un gran reino se encontraba ya en una avanzada edad y quería asegurarse de que, antes de abandonar el mundo, le transmitía a su hijo una importante lección. A lo largo de las épocas más difíciles de su reinado, aquello había sido clave para mantenerse firme y conseguir que finalmente reinara en su país la paz y la armonía. Por alguna razón, el joven príncipe no acababa de entender lo que su padre le decía.
– Si, padre, comprendo que para ti es muy importante el equilibrio, pero creo que es más importante la astucia y el poder.
Un día cuando el rey cabalgaba con su corcel, tuvo una gran idea.
– Tal vez mi hijo no necesita que yo se lo repita más veces, sino verlo representado de alguna manera.
Llevado por un lógico entusiasmo, convocó a las personas más importantes de su corte en el salón principal del palacio.
– Quiero que se convoque un concurso de pintura, el más grande e importante que se haya nunca creado. Los pregoneros han de hacer saber en todos los lugares del mundo que se dará una extraordinaria recompensa al ganador del concurso.
– Majestad, preguntó uno de los nobles, ¿cuál es el tema del concurso?
 – El tema es la serenidad, el equilibrio. Solo una orden os doy. Bajo ningún concepto rechacéis ninguna obra, por extraña que os parezca o por disgusto que os cause.
Aquellos nobles se alejaron sin entender muy bien la sorprendente instrucción que el rey les había dado.
De todos los lugares del mundo conocido acudieron maravillosos cuadros. Algunos de ellos mostraban mares en calma, otros cielos despejados en los que una bandada de pájaros planeaba creando una sensación de calma, paz y serenidad.
Los nobles estaban entusiasmados ante cuadros tan bellos.
– Sin duda su majestad el rey va a tener muy difícil elegir el cuadro ganador entre obras tan magníficas.
De repente, ante el asombro de todos, apareció un cuadro extrañísimo. Pintado con tonos oscuros y con escasa luminosidad, reflejaba un mar revuelto en plena tempestad en el que enormes olas golpeaban con violencia las rocas oscuras de un acantilado. El cielo aparecía cubierto de enormes y oscuros nubarrones.
Los nobles se miraron unos a otros sin salir de su incredulidad y pronto irrumpieron en burlas y carcajadas.
– Solo un demente podría haber acudido a un concurso sobre la serenidad con un cuadro como éste.
Estaban a punto de arrojarlo fuera de la sala cuando uno de los nobles se interpuso diciendo:
– Tenemos una orden del rey que no podemos desobedecer. Nos dijo que no se podía rechazar ningún cuadro por extraño que fuese. Aunque no hayamos entendido esta orden, procede de nuestro soberano y no podemos ignorarla.
– Está bien, dijo otro de los nobles, pero poned ese cuadro en aquel rincón, donde apenas se vea.
Llegó el día en el que su majestad el rey tenía que decidir cuál era el cuadro ganador. Al llegar al salón de la exposición su cara reflejaba un enorme júbilo y, sin embargo, a medida que iba viendo las distintas obras su rostro transmitía una creciente decepción.
– Majestad, ¿es que no os satisface ninguna de estas obras? Preguntó uno de los nobles.
– Si, si son muy hermosas, de eso no cabe duda, pero hay algo que a todas ellas les falta.
El rey había llegado al final de la exposición sin encontrar lo que tanto buscaba cuando, de repente, se fijó en un cuadro que asomaba en un rincón.
– ¿Qué es lo que hay allí que apenas se ve?
– Es otro cuadro majestad
– ¿Y por qué lo habéis colocado en un lugar tan apartado?
– Majestad, es un cuadro pintado por un demente, nosotros lo habríamos rechazado, pero siguiendo vuestras órdenes de aceptar todos los que llegaran, hemos decidido colocarlo en un rincón para que no empañe la belleza del conjunto.
El rey, que tenía una curiosidad natural, se acercó a ver aquel extraño cuadro, que, en efecto, resultaba difícil de entender. Entonces hizo algo que ninguno de los miembros de la corte había hecho y que era acercarse más y fijarse bien. Fue entonces cuando, súbitamente, todo su rostro se iluminó y, alzando la voz, declaró:
– Éste, éste es, sin duda, el cuadro ganador.
Los nobles se miraron unos a otros pensando que el rey había perdido la cabeza. Uno de ellos tímidamente le preguntó:
– Majestad, nunca hemos discutido vuestros dictámenes, pero ¿qué veis en ese cuadro para que lo declaréis ganador?
– No lo habéis visto bien, acercaos.
Cuando los nobles se acercaron, el rey les mostró algo entre las rocas. Era un pequeño nido donde había un pajarito recién nacido. La madre le daba de comer, completamente ajena a la tormenta que estaba teniendo lugar.
El rey les explicó qué era lo que tanto le ansiaba trasmitir a su hijo el príncipe.
– La serenidad no surge de vivir en las circunstancias ideales como reflejan los otros cuadros con sus mares en calma y sus cielos despejados. La serenidad es la capacidad de mantener centrada tu atención en medio de la dificultad, en aquello que para ti es una prioridad.
  

Del libro "Reinventarse" de Mario Alonso Puig.

viernes, 24 de febrero de 2017

SÓLO SOMOS LIBRES CUANDO CONTROLAMOS NUESTRAS TENDENCIAS

Una tendencia es una predisposición del ánimo que está muy arraigada en nuestra forma de ser y forma parte de lo que llamaríamos "personalidad", subyaciendo en mayor o menor medida agazapada en nuestro inconsciente hasta que un estímulo externo o interno la hace brotar y descubrirse, ser visible o manifestarse de forma consciente.

El budismo nos muestra el camino para aprender a reconocer nuestras tendencias, aquellos retazos de nuestra digamos "personalidad" por los que divaga la mente humana en cada instante y a identificar cada una de estas emociones cuando aparece, reconociendo cuál de ellas predomina en cada momento, de que manera fluctúan y cuál de ellas prevalece por más tiempo o con mayor intensidad, tanto en nosotros como en los demás.

Identificar y controlar nuestras tendencias es primordial para ejercer la verdadera libertad sobre las decisiones que tomamos en nuestra vida a cada momento.